Cada vez me siento con más prevención ante cualquier crimen verdadero. Hace diez años comenzó la última ola del género, con el lanzamiento de la maravillosa primera temporada de podcast en serie— y ciertamente siento hartazgo, fruto de la repetición y devaluación de recursos, estructuras y temas. Crimen distinto, el mismo collar. En vísperas de la creencia de que el yerno tiene menuto cae en el amarillismo que denuncia y se encuentra con su público apelando a los bajos instintos de matinal que todos conocemos.
Ante el inevitable salto del género a la ficción, existen múltiples prevenciones. Sergio del Molino escribió el otro día sobre el derecho al honor de los delincuentes porque la Audiencia de Barcelona dijo que hay que blindar a Rosa Peral –que no es necesariamente cómplice- cuando tomó medidas cautelares por El corazón en espada. Creo en mi libertad de expresión como guitarrista y, al mismo tiempo, en mi responsabilidad si escribo sobre hechos reales, así como en una ficción que revive acontecimientos trágicos en los que se implican personas que aún viven el pid. una buena razón narrativa para hacerlo. Uno que trasciende la enfermedad del azar y la oportunidad de quienes saben que se enfrentan a un campo base de espectadores para ellos.
Con todas estas disposiciones sentí la verdad. El caso Asunta. No dudaba de la calidad de su producción, ni del extraordinario trabajo de su departamento, mi incógnita era otra. ¿Cómo trae la ficción esta historia que ya siguió Bambú Producciones, la misma productora de la serie, en un documento? Lo desafié caminando. Podría ser porque seguir el proceso hasta el punto no del olvido ni de la “abogada del hombre de la semilla” —así si se llamó, sí—, sino de El caso Asunta Lo que más me interesa no es Rosario y Alfonso, ya que las interpretaciones de Candela Peña y Tristán Ulloa carecen de genuflexión, incluso el resto. Los guardianes civiles encargados de la investigación, interpretados por María León (mi debilidad) y Carlos Blanco, los abogados defensores (estupendos Francesc Orella y Alicia Borrachero), el juez instructor (el bárbaro Javier Gutiérrez), el jurado… todos ellos ayudan dar vida al problema que el hombre hace del justo estado con su rigor y sus debilidades. El caso Asunta enseña todo lo que hay del otro lado de la enfermedad. Lo importante no es el árbol, es el bosque.
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