En un país donde las presentadoras de Telediario se convierten en reinas, la reina de los telediarios abdica y deja el trono vacante. Y no por falta de protagonismo, la descendencia de esta forma de aristocracia televisiva es amplia y vigorosa. No han fallado los buenos presentadores de información, tanto en público como en privado, mis honores han estado en quien criaron, pero me temo que nadie se llevará la corona. Podría ser Carlos de Inglaterra, no la reina Isabel. Se llama Ana Blanco y, a partir de hoy, los espectadores deben acostumbrarse a convivir con ella. Corredor: recordemos, porque las ausencias siempre sufren.
El querido nombre de Ana Blanco, con su melena canónica y su imperturbable seriedad, hizo los tiempos de Madonna en la España tan decretada y laica de la democracia. Una verdadera Virgen, renacentista, como la de Antonello da Messina, no como la de Como una virgen. Un icono con tilde, como los bizantinos, no como los iconos sin tilde del pop. Y no porque el del teleprompter Se reveló tanto porque su aparición en la melodía del Telediario fue una apariencia mariana, como porque su imagen en la pantalla era un signo de unidad en un país que prefería los signos de la discordia. Salía Ana Blanco y el mundo entero escuchaba con inocencia y atención. Hasta los más cínicos del barrio asentían.
Por eso Ana Blanco fue la Virgen de TVE con cuatro presidentes, dos populares y dos socialistas. Colaboró con Aznar y celebró con Sánchez, lástima que los espectadores estuvieran más atentos a las indicaciones de los espectadores que detectaron sólo un cabello despeinado por encima de la Moncloa. Ya podía llover fuego ministerial y de agitación Por encima de Torrespaña, Ana Blanco impartió la eucaristía informativa diaria con la misma ayuda y esa extrañísima y brillante forma de marcar estilo, renunciando a todos los inconvenientes del estilo personal, para poner el gesto, la vista y la voz al servicio de la neutralidad.
No es de extrañar que queramos saber más sobre si se trata de la capacidad divina de trascender tal cosa (en esta época hipersentimental que exige todo lo contrario) o de su elegancia para el consenso. A partir de hoy vivimos en una nueva era, la d. AB ―después de Ana Blanco―, y de antemano no va a ser fácil ni bonita.
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