En Israel muy al sur, a unas dos horas de automóvil desde Jerusalén, cerca de la frontera con Gaza y de la de Egipto, hay un kibutz muy peculiar con un enorme tambo que maneja un argentino, igualmente peculiar, Marcelo Wasser. Este hombre de 65 años, que llegó a Israel desde buenos Aires cuando rondaba los 18, escapó apenas de la muerte con el asalto de Hamas del 7 de octubre.
Cubierto siempre con un chaleco antibala y el casco listo en la mano, ha decidido quedarse ahí, en ese campo para cuidar de sus vacas, alimentarlas y ordeñarlas, pese a la guerra, los cohetes, la incertidumbre y que a dos de sus colegas de tambos cercanos los asesinaron. Uno de ellos tres días después a manos de las patrullas perdidas de la invasión terrorista. El relato de lo que se vivió aquel día y va detallando entre los corrales del tambo junto a este enviado, parecen retazos de un guión de acción.
Para llegar al kibutz de Nirim, hay que optar por rutas interiores porque la acaban de declarar zona “militar cerrada” y no permiten periodistas u otros civiles en la región debido a la actividad de disparos de morteros desde Gaza y lo que aquí llaman misiles que son en realidad cohetes sin teleguiado pero que causan un extraordinario daño. Uno solo de esos en el tambo mató aquel sábado a una docena de vacas y dejo heridas a otras tantas que Marcelo analiza cómo recuperarlas, si es posible.
En el camino a Nirim este enviado pudo notar parte de ese estado de guerra, con las estelas en el cielo que dejan los cohetes que dispara la milicia de Hamas y del otro lado el sobrevuelo de helicópteros Apache marchando a baja altura rumbo a la Franja, con sus proyectiles, estos si misiles modernos, muy visibles en sus lanzaderas.
También se ve la densa cortina blanca que se recorta contra el horizonte azul subiendo desde ese territorio machacado por las bombas y los obuses de la artillería israelí que resuenan como tambores. Frente a ese escenario resultan hasta prosaicos los carteles amarillos advirtiendo del peligro de que un camello se cruce en la ruta.
Cinco muertos
El kibutz tiene unos 500 habitantes, y hubo cinco muertos en el asalto de Hamas. “Tuvimos suerte” dice el tambero al comparar el daño humano extraordinario que sufrieron otras comunidades.
En el tambo, de tanto en tanto hay una construcciones con forma de cono, de color blanco,con paredes muy anchas y puerta de hierro, son los miklats, los refugios armados para resistir el impacto de uno de esos cohetes. Aquel sábado en todo el sur hubo una oleada de proyectiles. También en el tambo.
Uno de los empleados del lugar le avisó a Marcelo que incrédulo le peguntó “que haces metido ahí ¿qué pasa? Escuche tiros, escuche tiros, me dijo… Que si que no, no sabía, lo lleve a su auto en un carrito de esos de golf, llegue a mi casa y ahí miré el teléfono y vi todo lo que la gente escribía desde todos los pueblos, me están quemando la casa, entra humo no se qué hacer, escriben… me disparan a la puerta, están tirando a la ventana…”
Apremiado, entró en el refugio de su vivienda con parte de su familia. Está casado con una cordobesa que conoció en el ejército israelí. Tambien estaba con ellos uno de los nietos que lloraba y había que callarlo por temor que lo escucharan los terroristas. Sin aire acondicionado ni agua aguantaron horas.
“En ese momento me pasa algo que nunca había vivido, veía el pedido desesperado de la gente por ayuda, pero no podes ayudar y sabes que esta gente muere, gente que conoces, pero a dónde voy a ir, qué podes hacer…”, dice apenado.
El ataque comenzó a las seis y media de la mañana y el ejército recién llegó a las cuatro y media de la tarde para rescatar a la gente y llevarla a otros sitios seguros y luego evacuarlos. En ese lapso en el kibutz hubo un impresionante combate.
Según le refirieron a Marcelo, el grupo de seguridad que tienen todas estas ciudadelas integrado por vecinos con experiencia militar, supuso con certeza que “si vienen los terroristas lo harían desde el lado de Gaza. Se fueron hacia una punta del kibutz en esa dirección y ahí se encuentran con que vienen cuatro terroristas, los matan. Y ven que atrás están llegando 35 o cuarenta, no saben cuántos muy armados y deciden replegarse”.
Helicóptero salvador
En la comunidad hay una torre alta donde están instaladas antenas de comunicación. Los tres combatientes más otro que se le suma suben a ese sitio para buscar un mejor punto de observación y decidir qué hacer. Estaban atrapados ahí.
En ese momento aparece un helicóptero que los sobrevuela, “un helicóptero israelí. Uno de los integrantes del grupo, el jefe de seguridad, recibe una llamada en el celular. Atendió. Soy el piloto del helicóptero que tenes encima ¿qué necesitas?…. Este hombre nunca supo cómo tuvieron su teléfono. Le dijo que todos los que están fuera del perímetro del kibutz son atacantes, que los pueden matar a todos. El helicóptero dio la vuelta y abrió fuego hasta que se quedó sin municiones y se marchó. Fue suficiente, los cuatro escaparon con vida y los atacantes anulados”.
Después de que llegó el ejército, Marcelo gestionó para que lo dejaran regresar al tambo. Era difícil. Todas las viviendas de un amplio sector del kibutz habían sido saqueadas y quemadas. La destrucción era total. Pero el tema eran las vacas. “Yo logré finalmente regresar al otro día a las 11 de la mañana y me puse a ordeñar. Fuimos el único kibutz que comenzó a ordeñar más temprano. Los otros demoraron entre cuatro y cinco días, lapso en que las vacas no recibieron comida no fueron ordeñadas…”
Fue por entonces que mataron a uno de sus colegas. “Estaban ocultos en la oficina, él llegó el lunes a la tarde para alimentar a las vacas y lo acribillaron. Los terroristas vinieron a matar y muchos se quedaron a morir aquí”.
Marcelo se especializó en la industria de la leche trabajando con el grupo tambero Chiavassa de Santa Fé y con empresas israelíes que lo llevaron con proyectos por Brasil o Colombia además de nuestro país.
El tambo a su cargo, funciona hora desafiando a la guerra con voluntarios, unos siete que llegaron de todo el país y en cuanto regrese la normalidad volverán los empleados fijos. Tienen ahí setecientos animales, la mayoría son vacas productoras holando israelíes. El kibutz opera como una cooperativa, todo lo que produce se reparte entre los vecinos. «No es la primera vez que nos pasa esto, esta fue la más terrible, pero seguiremos aquí», me dice y estrecha con fuerza la mano en la despedida.